Por Luis Gabriel Velázquez
A golpes mataron a un presunto ladrón de una tortillería en Cuautlancingo la noche del pasado viernes. Los vecinos lo hicieron porque no aguantan más, ni una más.
Ninguna sociedad, ni la nuestra —irónicamente llamada de bronce—, soporta vivir con miedo. La delincuencia nos acorrala en nuestras casas, donde tampoco ya estamos muy seguros. Nos obligan a comprar un sistema de alarmas, unas cámaras, unas cadenas para el coche, unos candados para nuestros negocios y unos perros que al menos nos alerten con sus ladridos. ¡Estamos acorralados!
Por eso, a la primera oportunidad que se presenta, la sociedad descarga su miedo y su ira con toda su fuerza contra un delincuente, o algo que parezca serlo.
Lejos de la comprensión de las leyes, ahora de víctimas pasan a ser victimarios. Un ladrón o un asesino no tendría ningún empacho en meterte un tiro entre ceja y ceja, pero ellos cuentan con el respaldo de la ley, porque hasta el peor criminal tiene derechos.
La legítima defensa tiene una línea muy delgada, donde casi siempre quien sufre el daño termina señalado como agresor. Vienen más escenas como esta, porque nadie puede —ni debe— vivir con miedo eternamente.
Y hoy , no fue una asunto de percepción, la noticia no vino de los cuestionados medios a quienes se acusa de enriquecerse con la nota roja; el enojo social ya no necesita intermediarios, ahí que quede el dato.
